Especialista en salud mental comunitaria, el psicólogo Daniel Korinfeld trabaja desde hace años con adolescentes y jóvenes atravesados por situaciones de sufrimiento psíquico, autolesiones y conductas suicidas. Un problema complejísimo, que sigue creciendo de manera alarmante en los últimos años. No podía ser más adecuada la elección de Korinfeld, por su prestigio y por la temática, para la conferencia inaugural del IX Congreso Internacional de Psicología del Tucumán.
Organizado por la Facultad de Psicología de la UNT, el éxito del encuentro se reflejó ayer en la cantidad de inscriptos (alrededor de 1.400) y en el multitudinario vaivén de profesionales, expositores y estudiantes que se notó desde temprano en la sede del parque 9 de Julio.
Las actividades se extenderán hasta hoy desplegadas en un mar de charlas, simposios y ponencias. Luego será el turno de analizar las conclusiones. El lema del Congreso es “La psicología en un contexto de incertidumbre: desafíos y oportunidades”, y mucho de eso se reflejó durante la entrevista que Korinfeld le brindó a LA GACETA apenas concluida su exposición en el auditorio.
- ¿Cuál es el enfoque desde el que realiza su trabajo?
- Recientemente escribimos con un colega, Daniel Levy, un libro que aborda específicamente la problemática de autolesiones y suicidio. Lamentablemente es un tema que preocupa muchísimo porque, epidemiológicamente, está creciendo desde hace varias décadas. Y sigue aumentando. Lo vengo trabajando desde una perspectiva de salud mental comunitaria, que no se limita al trabajo dentro de los organismos o centros de salud mental. Lo hacemos también con organizaciones sociales, con escuelas, con espacios comunitarios, clubes, parroquias. Lo pensamos como algo que no puede reducirse a un problema psicológico o psiquiátrico exclusivamente, sino que requiere un involucramiento colectivo, un pensar juntos como sociedad.
Suicidio adolescente: el rol de adultos, docentes y jóvenes frente al dolor silencioso que circula en las redes- Esa mirada a largo plazo permite analizar en profundidad la situación. ¿Qué se mantiene y qué ha variado con el correr de los años?
- Lo que se mantiene es la incidencia de estas problemáticas. Se visibilizó más después de la pandemia, pero también se incrementó. Cuando empezamos a trabajar estas cuestiones íbamos a una escuela o hacíamos una actividad con educadores y nos decían: “¿por qué tenemos que pensar esto juntos? Yo tengo que dar mi materia”. Eso hoy ocurre mucho menos. La crisis está en todos lados y la gente necesita decir: “a ver, ¿cómo lo podemos pensar? ¿Qué podemos hacer?” Ya no se trata de decir “ocúpense ustedes”, sino de reconocer que es un tema de toda la sociedad. Cuanta más conciencia y sensibilización haya entre distintos actores e instituciones, más posibilidades tendremos de prevenir -no todas, pero sí más- las situaciones graves.
- En sus intervenciones habla de la desesperanza. ¿Qué está percibiendo?
- Creo que este es un momento de la humanidad, de nuestra región y de nuestro país, de muchas decepciones y mucha desesperanza. Las condiciones de vida de las grandes mayorías no son buenas, y dentro de ellas, a su vez la mayoría son adolescentes y jóvenes. Eso ya genera un piso complicado, porque las condiciones existenciales de la mayoría no están dando un presente ni un futuro esperanzador, más bien desalentador. Por otra parte, los adultos tampoco están muy receptivos, felices o contentos; más bien lucen ensimismados, en una sociedad donde todo el tiempo hay un bombardeo para que cada uno se encierre en lo suyo.
- ¿Qué está escuchando de los chicos en relación con esto?
- Los chicos quieren hablar de estos temas, necesitan hacerlo. Cuando hablan pasan cosas buenas: se ayudan entre ellos, pueden ayudar a otros. Pero no encuentran adultos con los cuales hablar bien, que valoren lo que dicen y lo que pueden hacer. Eso es mucho.
Proponen un “ecosistema de cuidado digital” para prevenir el suicidio en la era de las pantallas- ¿Y cómo impacta el mundo digital en todo esto?
- Está complicado. Tiene potencialidades enormes, pero también genera mucha adicción. Esa adicción no es un efecto indeseado: está intencionalmente generada. Hay gente trabajando para que uno no pueda dejar de estar en una aplicación. Eso intensifica situaciones de acoso entre pares, ciberacoso, violencias varias. Además, los chicos y las chicas están pendientes del reconocimiento, de los likes, de estar o no estar. Hay dinámicas peligrosas, como los desafíos virales, y otras aún más graves, como la acción de pedófilos o redes de abuso. El peligro más profundo, sin embargo, es la propia forma en que los gigantes tecnológicos organizan las aplicaciones. Eso ya está denunciado. Y ahí es donde hay que pensar en regulaciones y, sobre todo, en una discusión intergeneracional sobre el uso responsable y crítico de la tecnología. No soy alguien con tecnofobia; al contrario, creo que es muy potente y útil. Pero hay que discutirlo y acompañar.
- ¿Y qué pasa con la irrupción de la inteligencia artificial? Muchos jóvenes ya le piden ayuda a la IA…
- Sí, eso ya está ocurriendo. Hay estudios que muestran cómo la gente -y sobre todo los adolescentes- consulta a la inteligencia artificial sobre cuestiones personales e íntimas. Reciben orientaciones, sugerencias, y establecen un vínculo, con el riesgo de pensar que ese vínculo es terapéutico. Hay intervenciones que pueden servir, pero también hay mucho fuera de control. La IA tiene sesgos y puede ofrecer información falsa con total seguridad digital. Incluso los propios desarrolladores lo llaman “alucinación”, cuando la IA dice una cosa por otra y presenta datos erróneos con tono de verdad. Por eso, los peligros sobran.
- Desde el punto de vista de la salud mental, ¿qué cambios considera necesarios en el abordaje institucional?
- Creo que hay que promover una mayor apertura en los efectores de salud mental. Necesitamos más diálogo teórico y práctico con otros actores sociales, y un enfoque participativo y comunitario. Al mismo tiempo, hay que denunciar los problemas de financiamiento. La salud mental ha sido desfinanciada por las políticas nacionales. Hay leyes, como la de prevención del suicidio, que fueron reglamentadas, pero no se cumplen en lo presupuestario, ni en capacitación, ni en apoyo. Los hospitales especializados -el Bonaparte, el Garrahan, entre otros- padecen esa desinversión. Hay un déficit de políticas en salud mental que es estructural, y eso también tiene que discutirse como un compromiso social colectivo.
- ¿Y qué papel juega la familia en todo esto?
- Hay que perder el miedo a pedir ayuda, hablar, aunque sea con pocas palabras. Buscar a otros adultos, pedir ayuda a los equipos de salud si es necesario. Lo importante es no renunciar cuando no sabemos qué hacer. Hay que involucrarse: con nuestros hijos, nuestros sobrinos, los chicos del barrio, los hijos de los vecinos. Meterse, acompañar, tratar de sacar estas cosas adelante cada día. Esa es una tarea cotidiana, comunitaria y afectiva. Las problemáticas de salud mental no pueden abordarse desde un consultorio aislado, requieren de toda la sociedad.
Perfil: el especialista
Daniel Korinfeld es licenciado en Psicología y magíster en Salud Mental Comunitaria. Es profesor de la maestría y del doctorado en Salud Mental Comunitaria de la Universidad Nacional de Lanús. Su último libro, junto a Daniel Levy, es “Autolesiones Y situaciones de suicidio en adolescentes”.